Estaba preocupado porque hacía tiempo que entró en vigor de la ley de jurisdicción voluntaria y no había celebrado aún ninguna boda.

Aunque soy muy consciente de que en realidad el notario autoriza escrituras de matrimonio, personalmente creo que es más adecuado decir que oficia bodas.

Iba mi preocupación en aumento porque llevaba varios divorcios, y no acababa de aparecer por mi despacho nadie intentando casarse; de hecho sólo recibía e mails pidiendo presupuesto (digo yo, que vaya forma de plantear una boda) siempre para casar en sábado y en Sevilla (a todos les respondía que en Sevilla «pierdo la fe», y que además entiendo el interés de casarse en sábado, pero que yo ya tengo mi mujer y que no voy a trabajar un sábado, desatendiéndola y jugarme un divorcio, para que otro tenga un matrimonio bonito).

Ya he escrito cómo me gustaría que se celebrara una boda, y cómo me gustaría ver sonreír a la novia.

Sin embargo el destino es cruel, y siempre te depara precisamente lo que no quieres que suceda.

Entran en mi despacho Magdalena y Fernando, que era unos jóvenes universitarios que tenían que casarse por el «sindicato de las prisas».

En tiempos, ese «sindicato de las prisas» era también conocido como «comerse el arroz antes de tiempo»; sin embargo Magdalena y Fernando, iban por lo que hoy es el verdadero «sindicato de la prisas».

Todo empezó con un amor de verano, que se había prolongado más de lo normal, y que había tenido más intensidad de la que ya de por sí tiene.

Fernando era sevillano, pero Magdalena venía del norte de España (por no dar pistas sólo diré que en esas tierras gustan de tocar la gaita) en un mes de agosto en Matalascañas, había surgido algo más que un amor profundo.

Como buena estudiante, Magdalena había encontrado trabajo en el extranjero, y era una de esos miles de universitarios que hoy en día tienen que buscar trabajo fuera de España.

El problema es que si se iba al extranjero casada, lograba un visado para Fernando, que en otro caso se demoraría meses y meses.

No estaban dispuestos a separarse, y si toda la geografía española no había podido evitar el amor, muchísimo menos un océano.

En una semana habían logrado tramitar el expediente matrimonial, y simplemente querían casarse al día siguiente con dos testigos (ya harían una celebración como Dios manda, cuando volvieran).

Las prisas eran que tenían que irse al extranjero en menos de cinco días, y ni había tiempo para que vinieran los padres de Magdalena.

Ambos sabían que no iban a firmar papeles, sabían que se casaban, simplemente no podían permitirse ni un lujo, ni perder el tiempo (así venían las cosas).

No pude evitar pedirles por caridad que me dejaran hacer algo, que no quería celebrar una boda igual que autorizo un testamento; les explicaba que soy padre y que quiero llevar a mi hija al altar, y que por amor de Dios, «maquesea» les dieran a los padres de Magdalena la oportunidad de venir a pata coja desde la quinta puñeta.

Simplemente era imposible, ellos me comentaron que pensaban igual, pero era un trabajo y una oportunidad de vida, y que no podían perder tiempo; de hecho me comentaron que ellos ya se consideraban casados, porque su verdadera ceremonia fue cuando Magdalena le dijo a Fernando que se iba al extranjero y este le  miró a los ojos y les dijo que quería casarse.

Sólo iban a venir dos testigos; aunque si conseguí que la boda tuviera lugar a última hora del día siguiente, para por lo menos tener un poco de intimidad.

Siendo el día siguiente, llaman a media mañana, preguntando si pueden llegar a últimisima hora, porque Magdalena estaba en la peluquería y no le daba tiempo.

Normalmente me hubiera enfadado por eso, pues considerar más importante una peluquería que la notaría es una locura; sin embargo en este caso, ella se estaba poniendo guapa para él, y vi un resquicio para poder hacer alguna de las mías.

A esa ultimísima hora veo que se bajan de un coche un hombre joven y una señora madura, así como que el joven lleva un sencillo ramo de flores.

Estaba claro que eran los testigos, por lo que me acerqué; se trataba de un amigo de la novia, y la madre del novio. El amigo me comentó que dijeran lo que dijeran los novios, él no estaba dispuesto a permitir que su amiga no llevara un ramo de flores.

Rápidamente decidí que ese testigo, era de mi cuerda, así que me puse a intentar pensar un par de «maldades» para que por lo menos esos novios tuvieran un grato recuerdo del momento.

Pusimos ese ramo de novia en la mesa de mi despacho y cerramos la puerta; también cogimos un trípode y le pedimos a Santi que grabara con el móvil del testigo la ceremonia, y de hecho busqué en Youtube la marcha nupcial de Mendelson.

La madre no es que anduviera muy participativa, pero me importaba un comino, así que  interactué con el otro testigo, y me centré en los novios (especialmente en que la novia, pues podéis llamarme machista, pero considero que es la verdadera protagonista de la boda).

Todo salió dignamente, de hecho ver la sonrisa de Magdalena, el ver cómo no separaban las manos mientras yo leía (no ya la escritura, sino un pequeño discurso que a prisa y corriendo encontré en internet) o como Fernando estaba tan emocionado que casi lloraba, me indicaba que estaba actuando bien como Notario, y haciendo mi trabajo.

No obstante algo me chocó; y es cuando todo terminado dije «puedes besar a la novia» (huelga explicar que ninguna ley así lo indica) Fernando y Magdalena se besaron y el testigo se arrancó a aplaudir (secundado por mis empleados).

En ese momento me di cuenta de un ser que hasta ahora había ignorado, y era la madre de Fernando que simplemente le dio un golpecito en el codo a Magdalena y le dijo….»ea…enhorabuena».

Me pareció algo gélido el detalle, pero no le di importancia.

Los novios tenían que salir pitando, por lo que dado que en mi Notaría no se celebra una boda, si no es en condiciones, invité a unas cervezas a mis empleados, para al menos celebrar nosotros la boda.

Es entonces cuando comentamos la historia, y me cuentan ellos la actitud que esa señora había mantenido en todo momento, y que a mi me había pasado completamente desapercibida, pero como diría mi amiga María Jesús Montero Gandía …..esa es otra historia.