Llego un día a las nueve de la mañana a mi despacho, y nada más atravesar la puerta, me encuentro con una señora sentada, gesto torcido y moviendo nerviosamente la pierna.

Vista la pose, directamente me dirigí a ella y le pregunté «Buenos días ¿Qué quiere Ud?».

¡Firmar, que llevo ya un rato esperando!, me increpó voz en alta y con cara de pocos amigos.

Señora, abrimos al público a las nueve y media, le hice ver (pues mi Notaría abre mañana y tarde, y raro es el día que no salgo antes de las tres de la tarde u ocho de la noche).

¡Ya, pero es que yo estoy citada!, respondió con el mismo tono y gesto.

Me giré hacia un empleado (pues no sabía nada del tema) y el empleado me susurró que era la cita que teníamos a las diez y media. Se trataba de una compra con hipoteca y la señora era la compradora.

Sabiendo ya, de que iba el tema, le comenté el tema, y le hice ver, que por parte mía no había ningún problema en firmar hora y media antes (pues la escritura estaba preparada) pero es que ni había aparecido el vendedor, ni el director del banco, y que difícilmente llegarían antes de la hora prevista.

¡Es que yo tengo que salir de viaje! volvió a repetir la señora, con el mismo tono de voz y gesto.

Soy muy poco paciente, y estaba empezando a ponerme nervioso yo (especialmente por la forma compulsiva que la señora tenía de mover la pierna taconeando en el suelo), pero hice un esfuerzo de amabilidad y le pregunté dónde iba de viaje.

¡Me voy de vacaciones a Palma de Mallorca y el avión sale a la una y media!.

Entonces tranquilícese Ud, porque todo está preparado, así que hay tiempo de sobra, y sólo basta con que vengan los vendedores y el director del banco, y firmamos, pero si Ud quiere pase conmigo y le voy explicando la hipoteca.

¡Yo lo que quiero es firmar de una vez e irme!, contestó la señora.

A esas alturas de partido, confieso que había perdido la paciencia, por lo que me limité a explicarle que en cuanto llegaran los vendedores y el director del banco pasaría a la firma, y que aún le sobraban tres horas para llegar al aeropuerto, por lo que por «perder»  media hora o tres cuartos de hora en la firma tampoco pasaba nada.

¡Si hombre, yo tengo cita en la peluquería a las once!, ¡¿cree Ud que yo puedo salir de viaje con estos pelos?!.

La respuesta fue fulminante ¿Y firmar una hipoteca?.

La historia es real, la cito frecuentemente en mi despacho, y créanme si les confieso que, aunque extrema, no es sino un ejemplo de la actitud con las que muchos ciudadanos acuden a la Notaría (en otras entradas hablaré de la presencia de niños en la Notaría o del uso de los móviles en la Notaría).

Se sobradamente que muchos ven al Notario como un Señor muy serio al que se va a firmar, pero lo cierto es que seamos serios o no, guapos o feos, lo que se firma delante de un Notario, no es un papel, es una escritura o una póliza que contiene algo muy importante que va a afectarnos muy seriamente el resto de nuestra vida.

Es un grave error ir con prisas a una Notaría, y más grave el error de no aprovechar que el Notario nos explique la escritura, o enfadarnos porque el Notario nos diga algo que no nos resulte agradable.

Pero el más grave error es entrar en la Notaría pensando que simplemente se va a firmar un documento y que se trata de una mera formalidad.

En la Notaría evidentemente se va a firmar un documento y se va a cumplir una formalidad, pero el Notario, es una persona independiente; es más, probablemente el Notario e la única persona verdaderamente independiente que tenemos en todo el proceso negociador, pues le importa poco que el contrato tenga un contenido u otro, sólo trata de constatar la voluntad de las partes.

Desaprovechar la oportunidad de informarnos de esa persona independiente es un desperdicio que nos puede costar caro, pues puede que sea el único momento del proceso negociador donde verdaderamente nos pueden hacer reflexionar: no sobre lo que queremos, sino sobre lo que necesitamos.

Una inmobiliaria sabe que queremos una casa, y un banco que queremos dinero; ambos saben nuestras apetencias, a ambos les dedicamos tiempo, le entregamos documentación, sin embargo ambos lo que tratan (y no es malo) es simplemente de satisfacer nuestras apetencias y obtener una retribución por ello.

Si no hablamos con el Notario, si no le comunicamos nuestras inquietudes y nuestras necesidades, si manifestamos o damos a entender que no tiene para nosotros importancia lo que nos está diciendo, es imposible que obtengamos la información que puede ser decisiva para nuestro futuro.

Un ejemplo de lo que hablo son los contratos y condiciones generales que habitualmente leemos por internet antes de comprar un producto o instalar un programa, y que confieso que sistemáticamente acepto sin leer para nada.

Cuando vamos al Notario, tenemos la oportunidad de que alguien nos lea ese contrato, de preguntarle lo que no entendemos, y él lo hará gustosamente; la ley le obliga, y si no quiere, lo mejor que puede hacerse Ud es salir disparado de esa Notaría.

Sin embargo, si nuestra actitud es la misma que tenemos cuando sistemáticamente damos al botón de aceptar, el resultado será mucho peor, pues tendremos un contrato válido, pero que quizá satisfaga más los intereses ajenos que los nuestros; y probablemente tras la firma encontraremos sorpresas perfectamente legales pero que no nos gustan o nos perjudican (piense Ud que en un contrato cada uno busca su beneficio, que el equilibrio es muy difícil, y que nadie salvo Ud mismo puede defenderle).

Luego vendrá el «a mi el Notario no me explicó nada», el «es que el Notario me leyó rápido», el «es que el Notario hablaba muy raro», pero yo pregunto siempre ¿le preguntó Ud al Notario? ¿le pidió que le leyera más despacio? ¿no hablaba el Notario español?.

Cada vez más les digo a los ciudadanos que entran en mi despacho «Mire Ud, yo no estoy para decirle lo que quiere oír, sino lo que debe de escuchar» y «Yo hablo castellano, igual que Ud, pero no soy adivino, no se que piensa y no se si Ud me entiende, salvo que me lo diga«.

Supongo que querrán saber cómo era la hipoteca de la señora que salía de viaje, baste con decir que evidentemente tenía cláusula suelo, y que al menos he tenido la suerte de que cómo ella se enfadó mucho conmigo no volvió más a la Notaría, pero que no tengo duda alguna que andará por ahí comentando eso de «a mi el Notario, no me explicó lo de la cláusula suelo».

Afortunadamente la durísima época que vivimos parece que está haciendo cambiar las cosas, cada vez más personas vienen a la Notaría antes de firmar (antes sólo aparecían en el último momento), cada vez más personas se toman su tiempo, comentan la escritura en presencia del Notario, le demandan información, y preguntan sobre sus temores; no me cabe la más mínima duda de que los principales beneficiados serán ellos mismos.