Como padre comprendo perfectamente el amor infinito que tenemos hacia nuestros hijos, y el instinto de protección que nos impulsa a hacer lo que sea por defender a la persona que un día tuvimos en nuestros brazos, y cuyo cuerpo ocupaba poco más que la palma de nuestra mano.

Es difícil ser padre, y sólo cuando lo eres puedes comprender muchas cosas.

Eso de ver crecer y madurar a nuestros hijos produce sentimientos contradictorios:

  • De un lado: verlos sanos, verlos madurar, e incluso poder descansar de la agotadora tarea física que supone la crianza es gratificante.
  • De otro lado: ver que nos hacemos mayores, cambiar la lucha física por la lucha psicológica, saber los pocos medios que tienen frente a un mundo despiadado, produce inquietud.

 

No es ni la primera ni la última vez que aparece un padre en el despacho, porque su hijo o hija se va a casar, y quiere encargar unas capitulaciones matrimoniales, en las que se pacta separación de bienes, pero en el caso de hoy quiero compartir con vosotros una curiosa anécdota de esas que creo que el destino me tienen reservadas.

Estaba en uno de mis destinos cuando aparece Don Argimiro, que era uno de los «señores» del pueblo, o dicho de otra forma «el rico del pueblo».

Don Argimiro era un hombre justo y educado, no se llevaba mal con nadie, carecía de enemigos conocidos, pues evitaba conflictos y ayudaba a quien podía (eso si, siempre que no se tratara de dinero, pues tenía una tendencia innata a cerrar el puño y no soltar un duro, propia de quién ha sido educado en la austeridad y ha conocido tiempos peores), siempre saludaba a sus convecinos, les asesoraba con una sabiduría propia de años de experiencia.

Era alguien respetado y querido en el pueblo.

Sin embargo Don Argimiro tenía una debilidad, esa debilidad en realidad fue fruto de un instante único e irrepetible, y ese instante fue el día que colocaron en sus brazos una cosa pequeña, que el vio como una princesa y a la que en la pila bautismal le puso el nombre de Violeta.

Don Argimiro entró solo y me dijo que: como su Violeta se iba a casar, preparara unas capitulaciones matrimoniales para que desde un principio tuvieran separación de bienes.

No le di la más mínima importancia al tema y le comenté que cuando quisieran podían pasarse los novios con sus DNI porque es un documento sencillo.

A los dos día aparecía por el despacho Don Argimiro acompañado de Violeta y de un jovenzuelo un par de años mayor que ella.

Conocía a ambos, pues me los había cruzado en más de una ocasión por la calle, cuando yo volvía del despacho y ellos salían a dar un paseo.

El jovenzuelo se llamaba José María, y estudiaba oposiciones a inspección de hacienda, llevaba varios años intentándolo infructuosamente, pero era un chaval constante y estudioso, y seguramente acabaría consiguiéndolo (nunca sabré si lo hizo o no, pues cambié de destino antes de que lo consiguiera).

José María y Violeta se conocían desde el instituto, de hecho no habían tenido otra pareja, estudiaron derecho juntos, y era una pareja de lo más tracicional.

Sin embargo: los años y años de noviazgo, y las duras oposiciones, estaban dando en la línea de flotación de esa pareja, por lo que habían decidido casarse y vivir en un piso que Don Argimiro había puesto a nombre de Violeta, y aguantar con los pocos ingresos que obtenía Violeta en la asesoría que regentaba.

Habían decidido que José María siguiera con las oposiciones.

Entraron los tres en el despacho, era la última hora de la tarde (porque José María tenía que estudiar) como yo conocía sobradamente su historia, tenía ganas de llegar a casa, y los novios eran licenciados en derecho, me limité a preguntar ¿sabéis a lo que habéis venido?.

Ese es el momento en el que sorpresivamente ambos soltaron un rotundo no.

Sorprendido por la respuesta, les dije que Don Argimiro (el cual seguía sentado muy tranquilo) me había comentado que querían hacer capitulaciones matrimoniales para pactar separación de bienes.

Violeta y José María estaban sentados juntos agarrados de la mano, y Don Argimiro estaba detrás de ellos en otra silla.

En ese momento Violeta, muy seria se giró a su padre y le dijo «papá si has encargado la escritura ¿por qué no la firmas tu?».

Era una familia educada y sinceramente yo me encontraba violento, pero Don Argimiro miró a su hija y con una sonrisa le comentó «es por tu bien«.

Violeta esbozó una sonrisa, le dio un suave golpe a José María en la rodilla (que son de esos golpes que dicen claramente «déjame encargarme a mi») se levantó y le dio un beso a su padre, se sentó junto a él, y le dijo.

Papá soy y seré siempre tu princesa, pero tu sabes que no eres mi príncipe, ese príncipe lo tienes delante y se llama José María, me ha conquistado y ahora le toca disfrutar de la victoria.

No te preocupes papá, porque esto no es una guerra; sin embargo tu me has preparado para tomar mis decisiones, has luchado para que sea feliz, y ahora mi decisión es ser feliz con José María.

Te quiero papá, pero me quiero ir de casa, quiero vivir mi vida, cometer mis equivocaciones, y sobre todo quiero a este hombre.

Gracias a ti he estudiado derecho, y se perfectamente lo que es el régimen de separación de bienes; tengo una gestoría y recomiendo a muchos que eviten responsabilidades; se que la mejor manera de evitar que José María responda con su patrimonio de los problemas de mi gestoría es hacer separación de bienes, también se que lo que te preocupa es que José María y yo no tengamos suerte en el matrimonio y que al final el pueda quedarse con mis bienes.

Papá yo no se si tu tienes separación de bienes con mama, y creo que entenderás que si José María y yo decidimos acordarlo, no es una cuestión en la que tu debas de entrar.

Violeta se giró hacia mi, y con la misma sonrisa, me dijo, lo siento Don Francisco, pero no vamos a firmar, queremos estar casados en gananciales, pese a que sea una locura, pero también creemos que es una locura casarse y pese a todo la vamos a cometer; si se debe algo por su trabajo no se preocupe que lo pagaremos, pero no piense Ud mal de mi padre, solo me quiere mucho.

Cogió a José María de la mano, le dio un beso en la cara y ambos salieron agarrados a dar el paseo que daban todos los días a última hora, para que José María se despejara del estudio, y que tantas veces había visto volviendo a mi casa.

Don Argimiro me miraba con cara de vergüenza, y no pude evitar pensar en el gusanillo de pocos meses que me estaba esperando en mi casa, por lo que simplemente le dije.

No se preocupe, aquí no hay que pagar nada, mañana nos vemos a medio día y lo comentamos con una cerveza, pero hoy su hija nos ha dado una lección a los dos; Quédese tranquilo, que nadie del pueblo sabrá esto, pero por amor de Dios déjeme que salga pitando para casa, que tengo una princesita esperando, y la suya me ha enseñado hoy a disfrutarla.

PD.- Últimamente me está dando por ver vídeos por si alguno tiene relación con las entradas que escribo, sinceramente no se si este la tiene o no, pero como padre me ha resultado muy expresivo