Escribo este post porque tengo que sacar de alguna manera algo que llevo metido en el corazón, y quizás compartiendo la historia pueda haceros ver qué pequeño se siente uno tras una chaqueta y una corbata.

Es la historia de un poder que tuve que hacer en ese hospital que hay en Alcalá de Guadaíra en el que no hay: ni servicio de pediatría, ni de traumatología, ni más servicios que el de atender a personas que se encuentran algo más que malas.

Cada vez que me me llaman para acudir al mismo, siento miedo, pues se que saldré con la conciencia agitada (como la vez que unos hijos me preguntaban si lo que les estaba insinuando es que lo mejor es que se muriera su madre)

Semanas antes había ido a la casa de Pedro para autorizar su testamento, y ya su esposa me comentaba lo complicado de su situación.

Pedro estaba divorciado y había rehecho su vida con una amante esposa, había hecho muchos negocios y había ganado mucho dinero.

No obstante había tenido el destino de tantos autónomos, y hacienda lo tenía completamente acribillado.

Pedro y Marisa habían defendido su negocio como habían podido, y trataban de resolver los problemas; más la vida en ocasiones se ceba con algunas personas y Pedro tenía dos cánceres:

  • El primero eran unos hijos del primer matrimonio que veían a su padre como una cuenta corriente (pese a que esos hijos ya eran mayores de edad y tenían trabajo)
  • El segundo se lo había detectado un médico meses antes.

 

Pedro estaba postrado en la cama, hablaba poco pero se hacía entender perfectamente, me pidió que le explicara bien el testamento a Marisa.

Tengo que confesar que me dio pudor decirle que era su testamento y que era a él a quien tenía que explicárselo.

Ambos éramos conscientes que lo que me estaba pidiendo es: que le dejara claro a su esposa que iba a suceder el día que el faltara, pues no quedaba mucho para ese día, y Pedro sabía que, como  como diría Machado, le quedaba poco para partir ligero de equipaje.

Sólo este hecho merecería un post, más recuerdo un señor que en Écija una vez me dijo «Don Francisco, hay veces que la vida es un bidón», y a Pedro le había tocado de todo, menos poder irse tranquilo.

Hacienda no entiende de enfermedades, ni tiene compasión, y Pedro había recibido el enésimo requerimiento que había que contestar.

Vista la situación, Pedro y Marisa decidieron hacer un poder general de él a ella, pues la lucha de Pedro iba por otros derroteros y le tocaba a Marisa: compartir la lucha de Pedro, y llevar ella la lucha contra hacienda.

Me llamó Marisa, y me dijo que Pedro estaba ingresado en el hospital del que ya os he hablado.

A primera hora de una fría mañana, llego con la moto al hospital y me dirijo a la habitación, en cuya puerta estaba Marisa, porque estaban lavando y curando a Pedro.

Una enfermera salió al rato con cara de angustia, comentando que sólo al mover a Pedro este había pegado un respingo de dolor y le había dado una patada que aún le dolía a ella, sin embargo lo que más le dolía era pensar cuanto le había tenido que doler la cura a Pedro para que su cuerpo exhausto pudiera haber tenido esa reacción.

Se notaba que era no una profesional, sino uno de esos seres humanos que escasean por el mundo y tanto abundan en los hospitales, y no se resignaba a ver día a día, lo que yo no soy capaz de aguantar una vez cada dos o tres meses.

Entramos en la habitación, y Pedro estaba tranquilo; cuando le comentamos si le había dolido, subió la mirada dando a entender que estaba pasando un auténtico calvario y pidiendo algo de misericordia.

Marisa le dio agua, le dio un beso y le preguntó si se acordaba de mi, a lo que Pedro le hizo un gesto de aprobación, y a mi nuevamente me pidió que le explicara todo muy clarito a Marisa.

El problema es que fue incorporar a Pedro para que firmara, y sólo el hecho de darle al botón que incorpora la cama hizo que el gesto de dolor fuera inenarrable.

El dedo de Pedro apretaba una y otra vez el botón del dispensador de morfina.

Era evidente que no podía firmar, por lo que decidimos que volviera a medio día, para poder firmar con dos testigos.

Cuando salía entré en el despacho del médico, pues el tema de la morfina me había preocupado, más el médico me dijo que la morfina calma el dolor, más no le afectaba a sus capacidades mentales.

A medio día vuelvo y están los dos testigos, preguntando a Marisa, por cómo había pasado el día; ella me miró a los ojos y con una mirada de pena y resignación se limitó a decir…»lleva cinco inyecciones de morfina hoy».

Pedro no estaba hablador, aunque por relajar el ambiente y dado que los testigos era padres de un futbolista del Sevilla, y que Pedro era del Betis, aproveché para hacer una broma, ante la que Pedro sonrió, y me dijo que afortunadamente las mantas del hospital eran verdes.

Yo tenía las manos heladas, pues había ido en moto, por lo que fue Marisa la que cogió la mano de Pedro para que pudiera estampar la huella dactilar.

Fue camino del aparcamiento del hospital, cuando iba sólo con los testigos, los tres muy callados, cuando la testigo se gira, me mira a los ojos, y me suelta.

Le quedan horas…Ud y yo lo sabemos.

Tengo que confesar que si, que lo sabía, y casi lo deseaba, pues Pedro merecía descansar y Marisa también, pero sobre todo, callé, y no porque no tuviera nada que decir, sino porque me había dado cuenta de lo pequeño que soy, y de que hay cosas que se sienten y se viven, pero que es imposible contar, por más palabras que uses.