Nunca me ha gustado ser políticamente correcto, y no creo que este post diga mucho favorable de mi (sea como persona, sea como Notario) sin embargo he de confesar que como todo el mundo mi paciencia tiene un límite, y no es una, sino muchas las ocasiones la paciencia del Notario salta por los aires.

Comparto con vosotros una de esas ocasiones en las que esos límites de mi paciencia fueron superados, y quizá no respondí con toda la profesionalidad que debería; aunque he de confesar que no me arrepiento mucho de ello, sino que más bien me arrepiento de no haber sobrepasado dicho límite con anterioridad.

Todo comienza una mañana desayunando en un destino.

Me gusta tomar un café antes de entrar en el despacho; en ese destino todas las mañanas coincidía con el director de una sucursal bancaria que estaba frente al despacho.

Era un momento agradable, en el que con mi amigo Rafael, aprovechaba para hablar de lo divino y de lo humano, forjándose a base de cafés y ducados un cariño y un respeto mutuo.

Esa mañana me comentaba Rafael «hoy tenemos una compra con hipoteca, y se que no te gusta que te lo diga, pero por favor pasa de puntillas que son gente muy especial«.

La ocasión dio para la eterna discusión que manteníamos sobre si es bueno que el Notario leyera mucho o poco.

Siempre le decía: «Rafael yo entiendo que para ti esto es aburrido, porque todo es igual, yo siempre cuento la escritura de la misma forma, y sabes perfectamente qué estamos haciendo, pero también tienes que entender que para tu cliente no es así, y se juega mucho«.

El me contestaba,»Paco tu sabes que yo soy un profesional, que no soy de esos banqueros que venden productos y que les he explicado la operación por activa y por pasiva«.

A eso yo le comentaba: «Claro, pero ¿no crees que si me oyen a mi decir lo mismo se quedan más tranquilos? ¿tanto es perder quince minutos en tener a tus clientes contentos?«.

La discusión (por llamarlo de alguna manera) era típica; de hecho, muchas veces, y como entre su sucursal y mi Notaría había menos de cinco metros, me mandaba a los clientes para que les explicara la escritura, y me pedía que yo le llamara cuando había terminado de leerla, para puntear el los datos que le interesaban y así aprovechar el tiempo (se que no eran prisas fingidas, pues más de un día nos dieron a los dos, saliendo a las nueve o diez de la noche del despacho).

Esa mañana tenía que hacer una gestión en su sucursal, me acerqué a la interventora, la cual nada más verme me soltó un «prepárate para los que van a las diez, que son de artesanía«.

Lo cierto es que esos comentarios, a mi personalmente, me suenan como reto; sin embargo no les di la más mínima importancia y entré en mi despacho; eso si, nada más entrar, me dirigí al oficial que llevaba el tema (entonces yo era muy Don Notario y gastaba muchos oficiales) y le pedí la escritura para revisarla, por si había alguna particularidad.

Era una compraventa con hipoteca, de lo más normal y corriente; no obstante en ese destino no era el único notario, y la escritura de marras le tocaba firmarla a a mi compañera, por lo que vista la película, y dado que el tema no tenía problemas: me desentendí de él, fui a mi despacho para atender otros asuntos., y así estuve toda la mañana.

Llegadas las tres, como tenía que trabajar por la tarde, sólo en el despacho de un oficial veía movimiento, y además estaba esa compañera, decidí salir a almorzar y relajarme un rato.

Es entonces cuando me asomo para decírselo a mi compañera, a la que veo algo rara, pero no me comenta nada, y cuando me voy a despedir el oficial, veo a Rafael con unos señores.

Rafael me miró con una cara mezcla de resignación, y agotamiento diciéndome… «nada, estos son los de las diez, que aún tenemos problemas que resolver«.

Me quedé perplejo, pues sabía que el tema no tenía la más mínima trascendencia ni importancia, pero esa mirada de mi amigo Rafael me estaba indicando que ya me había dicho por la mañana lo que iba a suceder, y que como amigo me recomendaba que me quitara de en medio.

El día era fantástico y la localidad una maravilla, por lo que decidí dar un buen paseo. Tras comer algo en un lugar cualquiera que me encontré mientras paseaba, decidí dar otro buen paseo, y siendo más o menos las cuatro y cuarto, entré en el despacho con la intención de pegar una cabezada y así estar algo fresco cuando abriéramos a las cinco.

Fue abrir la puerta, y mi compañera darme dos besos, y decirme, «mira Paco, estos son unos pesados y no se ponen de acuerdo, quédate con el asunto que yo me voy para casa«.

Obviamente me daba igual pegar o no esa cabezada, había comido muy bien y el paseo había sido una delicia, por lo que con la mejor de mi sonrisas (sinceramente me encontraba de muy buen humor) me dirigí al despacho del oficial, y me topé el panorama.

No os sorprendáis, el panorama era exactamente el mismo que me había topado al salir, salvo que la cara de cansancio y hastío tanto de Rafael como del Oficial, ponían de manifiesto que algo estaba pasando.

Ambos me conocían sobradamente, y en especial el oficial me dijo «Don Fco estamos terminando, esto está controlado, vaya Ud a su despacho que yo le aviso«, la mirada era directa, y rápidamente comprendí que me estaba suplicando que me quitara de en medio y que no tratara de hablar con los clientes, por lo que le hice caso, máxime ante la mirada suplicante de Rafael (confieso que muy mosca, tanto por lo raro de la situación, como porque al estar de buen humor tenía ganas de interactuar con los clientes).

Eran las cinco de la tarde y andaba un poco amodorrado en un sillón, cuando noté que llegaban los demás empleados; poco después entró el oficial en el despacho diciéndome «Don Francisco los de las diez de la mañana, que van a firmar, por amor de Dios no de explicaciones que esta gente es muy especial«.

Me recompuse la corbata, me dirigí a la sala de firmas, y ahí estaba Rafael con el vendedor (conocía sobradamente a ambos y su cara de cansancio me chocó) junto a dos padres, dos hijos y dos nueras.

Rafael, que era perro viejo, soltó un «Hemos leído las escrituras varias veces, hemos cambiado y puesto absolutamente todo lo que han pedido, si quiere el Sr Notario podemos firmar» (remarco en negritas y subrayado el absolutamente todo, por el tono con el que dijo esas palabras mientras me miraba fijamente a los ojos).

Conociendo a Rafael, visto mi oficial, la salida de mi compañera y todo lo hasta ahora contado, era perfectamente consciente de que delante tenía gente muy especial (por más que yo los veía como a tantas y tantas personas que han pasado por mi despacho).

No obstante, en un arranque de profesionalidad, y con una sonrisa, les comenté «por mi parte no hay problemas, dado que el Reglamento Notarial permite que sean los ciudadanos y no el Notario quien lea la escritura; sin embargo y si no les importa, he visto que han estado mucho tiempo, y si tienen alguna pregunta que hacer, por mi parte encantado de atenderles. En todo caso, permítanme que, al menos yo la lea y compruebe los datos más importantes, por si las moscas«.

Fue terminar y arrancarse una de las nueras para comentarme: «Mire Ud, en la escritura viene que yo confieso que mi marido compra con dinero suyo, y eso es verdad, pero yo sólo me confieso ante un sacerdote, y no ante un Notario«.

Tranquilamente le expliqué lo que era la confesión de privacidad (mientras Rafael me miraba angustiado), pero ella seguía en sus trece, por lo que le comenté: «Si le parece les leo la escritura entera, por si hay algo más, y luego le pido a mi oficial que donde pone que usted confiesa, diga que ud reconoce«. En ese momento, Rafael (creo que es la única vez que me llamó por el nombre por el que me conocen mis amigos) suspiró «Paco….es que hasta eso hemos tenido que cambiar«. Miré la escritura y efectivamente así sucedía.

En esas la madre, que salta y dice, «Lea Ud, pero por favor lea la escritura despacio… que la queremos oír tranquilamente«.

Muy consciente de que eran gente especial, empecé a leer, probablemente es la única vez en 17 años que he leído una escritura desde el principio al fin (pues me gusta explicar y no leer las escrituras, dado que lo importante no es la forma, sino que las partes sepan que hacen).

Narrar la lectura es imposible, pues fue toda una odisea.

Por de pronto tuve que empezar explicando qué es el número del protocolo, y línea a a linea, todo había que explicarlo y aclararlo, desde por qué los cónyuges están casados bajo el régimen supletorio de gananciales (ojo a mi me gusta poner régimen legal supletorio, pero ellos habían exigido que se quitara lo de legal, porque no sabían lo que dice la ley) hasta por qué intervenían en su propio nombre y derecho, y así punto a punto (partido a partido que diría el Cholo Simeone).

Leer y explicar una compraventa, suele durar como mucho quince minutos, y a los tres cuartos de hora, había conseguido llegar a la parte en la que se informa a las partes sobre las cargas que tiene la finca.

Como, era muy consciente de que es lo que tenía por delante, nada más indicar que la finca tenía afecciones fiscales, me puse a explicarles tanto que es una afección fiscal, como a aguantar un chorreo sobre quien ha de pagar o no los gastos que ocasione la cancelación por caducidad.

Pero nada más terminar, la madre toma la voz cantante, y me dice, «yo he visto que la finca tiene un censo a favor de la Archidiócesis, así que explíqueme Ud bien clarito qué es un censo«.

Confieso, que hacía mucho que no miraba a Rafael (pues sabía que pensaba) pero ante esa pregunta y dado que no habíamos leído ni la mitad de la escritura y llevábamos una hora, no pude evitarlo, me quité las gafas, miré a Rafael, que asintió y dije.

«Mire señora, creo que tengo muchísima paciencia, y en este momento acabo de perderla; se lo voy a decir clarito a Ud y a toda su familia».

«Son las seis, y están ustedes aquí desde las diez, no le voy a decir que no tengo ni puñetera idea de lo que es un censo, pero si que ni me acuerdo, ni me quiero acordar; pero desde luego, si lo que Ud quiere es dar más lecciones, hace mucho que fui a la escuela (la señora, su marido y los dos hijos eran maestros -por cierto también fue motivo de disputa que se pusiera en la escritura si eran maestros o profesores-) así que tiene Uds dos opciones, o me dejan hacer mi trabajo, o si quieren un cursillo de derecho vienen Uds otro día; si lo que quieren es dar lecciones, pueden ir tranquilamente a cualquier otra notaría en la que estén dispuestos a aguantar todo lo que yo, el Sr Director, el vendedor, mi oficial y mi compañera llevamos aguantando hoy«.

«Les voy a explicar la escritura, la voy a leer como yo lo hago siempre con cientos de ciudadanos, sin problemas, si quieren y están de acuerdo firman, y si no, pueden irse Uds tranquilamente de aquí«.

Rafael me pegó una mirada y una sonrisa, mezcla de asombro, mezcla de alivio, mezcla de gratitud.

Siendo las siete de la tarde acabamos, y seguí con otros asuntos (pues llevaba dos horas encerrado con la dichosa venta e hipoteca), obviamente ese día me tocó salir a las diez y pico, y saliendo del despacho me topo con Rafael, que me mira y me dice….»mañana hablamos«.

A la mañana siguiente, café y ducados en mano, le comento, «Rafa perdona, pero es que me tenían harto, no pude más«.

En ese momento me comentó, «¿harto?…ole tus huxxxx Paco»; esta operación se ha firmado porque le tenía que hacer el favor al vendedor, pero para que te hagas a la idea de como son, ¿recuerdas cuando nos vimos ayer a las diez y pico? ¿recuerdas que tras firmar les dije que teníamos que ir a la sucursal para firmar el seguro del hogar?. Pues me hicieron leerle la póliza entera, y me trataron de negociar todas y cada una de las cláusulas, doce horas me tuvieron todo el día de ayer par una hipoteca que además no necesitaban porque podrían haber comprado al contado».

Lo cierto es que siempre se dice que «el cliente tiene la razón», pero en esta historia (y alguna más, aunque afortunadamente las menos) siempre me pregunto ¿de verdad?.