Con ocasión de las bodas de oro de mis padres, quise publicar un post dedicado a ambos en general y a mi padre en particular, que titulé el empleado de banca y el Notario jubilado. Sólo trataba de reflexionar sobre el cambio de los tiempos, y compartir con vosotros una de las múltiples enseñanzas que me ha dado mi padre.

Era un post escrito desde el corazón, y con todo el cariño y admiración que un hijo siente por su padre.

Al final comentaba otras anécdotas de mi padre; y como entre ellas estaba que, pese a tener concedida la Cruz de San Raimundo de Peñafort, jamás se le había impuesto solemnemente, por lo que un día de Navidad, sus cuatro hijos, decidimos regalarle e imponerle la famosa «Raimunda», en una ceremonia improvisada, que provocó la única vez que recuerdo haber visto llorar a mi padre.

Era una simple anécdota, pero estos «cacharros de demonio» (que es como llama mi padre a todo lo que tiene que ver con la tecnología) tienen la virtud de amplificar enormemente algunas cosas, y en el Colegio Notarial de Andalucía, se dieron cuenta del olvido, y se pusieron a enmendar el error (aunque en el fondo ese error es meramente anecdótico).

El pasado jueves 23 de Octubre de 2.014 tuvo lugar la «solemne» ceremonia, y como creo que en cierta manera este blog la provocó, me gustaría compartirla con vosotros.

Como tantas ceremonias, fue: solemne, oficial, y con toda la pompa y circunstancia que merecía la ocasión, pero con algunos detalles que sólo la magia de mi padre puede causar.

Es imposible contar todas las anécdotas, y momentos mágicos que se vivieron, pero intentaré compartir con vosotros las más significativas:

¿Cual fue el momento más solemne del acto?

Todos pensarán que cuando el Ilustrísimo Sr Decano colgaba la medalla al cuello de mi padre.

En realidad, y para mi, justo después de ese momento,  cuando mi padre se giró y todos nos levantamos para aplaudir, es cuando tuvo lugar la magia.

Estaba yo aplaudiendo y conteniendo las lágrimas, cuando noto un tirón de mi chaqueta. Mi hijo (Paco Rosales IV), me susurra al oído….Papá ¿Quién es el tío ese?.

Las cosas de los niños son así, miran lo que no deben en el momento más inadecuado.

Es irrelevante quién es el «tío ese» (por otra parte un señor bastante respetable, y un gran jurista) pero importa mucho lo que hacía, pues sin darse cuenta: había agachado la cabeza, había inclinado el cuerpo, y estaba batiendo las palmas por encima de su cabeza.

Ese jurista, instintivamente estaba haciendo una reverencia a mi padre, nadie lo veía, probablemente ni él mismo se daba cuenta de su gesto, pero no aplaudía con las manos, aplaudía con el corazón.

De hecho «el tío ese», como yo, es el hijo de otro gran jurista (muy amigo de mi padre, que no había podido asistir), y estoy convencido que no sólo aplaudía a mi padre, aplaudía al suyo…. aplaudía a toda una generación de juristas.

No pude evitar acordarme de la frase de Rabindranath Tagore

Nadie da gracias al cauce seco por el agua pasada

Quizá «el tío ese» nunca haya leído al famoso poeta hindú, pero creo que en ese momento ambos hijos éramos muy conscientes del caudaloso río que había creado nuestros respectivos padres, y que la jubilación es el momento en el que los hijos empezamos a ver que el río se secará más pronto que tarde.

Tanto él como yo, con nuestros aplausos, tratábamos de pagar una deuda, que sólo quien ha sido el hijo rebelde de alguien muy grande puede entender.

¿De qué iba el discurso del Notario jubilado?

De los demás.

¿Cómo?… os preguntaréis, algo sorprendidos.

Pues si, podía haber hablado del Notariado, del Colegio, de cientos de cosas, pero simplemente, se sacó un listado y uno por uno fue dando las gracias a todas las personas que habían hecho de él quién es ahora, empezando por sus padres, siguiendo por su familia y compañeros, y en un acto de humildad extrema, intentó «vendernos la burra» de que él, en el fondo, sólo ha tenido la suerte de estar rodeado de buenas personas, grandes compañeros y mejores maestros.

Creo que no consiguió engañar a ninguno (salvo a él mismo), todos éramos más que conscientes de quién era el protagonista y por qué lo era, pero consiguió que todos y cada uno de los presentes (y algunos ausentes por lo implacable de la vida) nos consideráramos condecorados.

El talante humano, la generosidad y la sencillez de mi padre no tienen límites.

Mi padre es de esa generación que no fue educada para protestar, ni tampoco para pedir, fue educado para cumplir sus obligaciones y jamás le he oído hablar de cuales son sus derechos; sabe sobradamente que las cosas materiales no dan la felicidad y prescinde de ellas hasta límites que hoy en día son inconcebibles.

Una Raimunda para él, es una medalla muy importante, pero es sólo un trozo de metal al cuello. Sin embargo ver a su familia, ver a sus amigos, sentirse querido, es algo que valora por encima de todas las cosas, y como es persona de muy profundas convicciones religiosas, no me cabe ninguna duda que mientras el Sr decano le imponía la medalla, seguro que mi padre estaba rezando y citando mentalmente la frase que se dice en misa:

Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre Señor.

Nadie de los asistentes lo sabe, pero en realidad el discurso tiene su historia

El padre de mi padre (Paco Rosales 1) era un médico que en un mismo año vio morir a su hija de una enfermedad desconocida y cómo su hijo Paco Rosales 2 aprobaba Notarías, y decidió que la primera escritura que firmaría su hijo sería un poder para pleitos otorgado por sus padres.

Cuando Paco Rosales 2, vio que su hijo Paco Rosales 3 aprobaba también las oposiciones a Notario, quiso que el primer número de protocolo que yo autorizara fuera también un poder para pleitos otorgado por él y por mi madre.

Por eso el día que mi padre se jubiló, y sin decirle nada, me fui a Sevilla; él estaba sólo en su despacho, y no había querido dar al acto de su jubilación trascendencia alguna, pero había decidido que su última escritura fuera un acta en la que narraba su historia personal.

Yo estaba agazapado (y había hablado con Pepe Almendral -su oficial-) por lo que cuando mi padre firmó el acta, y mientras llamaban al encargado de cerrar definitivamente su protocolo, entré en el despacho, con un poder para pleitos en mi mano, y conseguí convencerle de que era de justicia que me diera el privilegio de ese último protocolo.

Su discurso fue ese penúltimo número de protocolo.

El último número de su vida lo tiene reservado para una familia que lo adora, especialmente para su Emilia de su alma (mi madre) sorda como una tapia, que ni se enteró de como mi padre leyendo ese número de protocolo y declamando con toda su oratoria, no le quitaba los ojos de encima, porque mi padre no habla al oído, habla al corazón.

  • Mi padre convirtió un acto solemne en una reunión de amigos.
  • No recibió medalla alguna, recibió lo que ha esparcido por la vida: cariño, admiración, respeto, y sobre todo intimidad.
  • No estuvo en el acto, lo sintió.
  • No hizo que los asistentes vieran el acto, consiguió que lo viviéramos.

 

Sólo un gran hombre es capaz de lograr esos momentos mágicos, y yo tengo el orgullo (y la grave responsabilidad) de ser su hijo.

Este post es de agradecimiento al Colegio Notarial de Andalucía, por haber conseguido que en esa ceremonia se le saltaran las lágrimas a un Notario Jubilado que no está acostumbrado a llorar, y a un orgulloso hijo que es Notario de pueblo que tampoco llora fácilmente.

Pero ante todo, es un post de agradecimiento a todos los que leyendo ese post veraniego, con poquísimas pretensiones, habéis contribuido a que se produzcan los milagros que os narro; a todos los que estáis tras este «cacharro del demonio», y habéis contribuido, mucho más de lo que pensáis, a que esos momentos mágicos hayan tenido lugar.

Me gustaría tener buena literatura y poder explicar mejor esa magia, pero los Notarios somos más pragmáticos que poéticos, así que sólo me despido dándoos las gracias desde el corazón de un Notario de pueblo, y poniendo la foto de Paco Rosales II (mi padre, con su flamante Raimunda) Paco Rosales III (yo) y Paco Rosales IV (mi hijo, que se fijó en «el tío ese»).

No lo veréis, pero tanto mi padre como yo sabemos que desde el cielo, mi abuelo Paco Rosales I, está girándose hacia Dios y con ese orgullo que sólo quien sabe conjugar la palabra amor puede sentir, le está pidiendo el único milagro que me faltó ver aquella noche, (aparecer en esta foto).

No soy muy creyente, pero mi padre se enorgullece de haber conocido a una futura Santa (la sucesora de Santa Ángela de la Cruz), mi hermana conoció a Santa Teresa de Calcuta, pero yo tengo el privilegio de haber conocido dos Santos (mi abuelo y MI PADRE), por eso este post (un poco raro para el contenido de este blog) sólo tiene un destinatario MI PADRE y SU FAMILIA (que son los condecorados).

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