Un requisito necesario para otorgar una escritura es expresar la profesión de quienes vienen a la Notaría.

Siempre ha estado ahí, pero que ahora con la normativa de prevención de blanqueo de capitales, se cumple con más escrúpulo por los Notario (de hecho y ante ciertas anécdotas que quizá cuente en otro post, durante una larga temporada dejé de cumplirlo).

Dado tengo que preguntar la profesión, siempre aprovecho para hacer alguna broma o comentario, con el objeto de relajar el ambiente, aunque siempre hay un momento de tensión cuando algunas mujeres con una cierta vergüenza me dicen que son amas de casa o se dedican a sus labores.

Me molesta mucho esa situación: primero porque considero que toda mujer es moralmente la ama o dueña de su casa; pero sobre todo porque cuando veo que la mujer lo dice con cierta vergüenza, hay algo que se me mueve en lo más profundo de mis tripas, pues como hijo de una admirable ama de casa, creo que habría que hacer un monumento a todas esas madres que sin horario, sin sueldo y con mucho amor, tiran de una familia por delante, en lo que más que un trabajo es una pasión y un acto de generosidad infinito, lleno de ingratitudes y sin más pago que el ver feliz a quien quieres (por supuesto tengo clarísimo que ese monumento debería ser para mi madre).

Remedios era una de esas mujeres, vivía frente a mi Notaría, y me la topaba frecuentemente por la calle, especialmente a primera hora de la mañana, cuando yo me ponía en la puerta del bar a tomar un café y fumar un cigarro antes de entrar en el despacho, mientras que ella con un chandal pasaba para llevar a los niños al colegio.

En otras ocasiones, cuando iba por la calle camino de notificar un acta, me cruzaba con Remedios, que con el mismo chandal arrastraba un carrito de la compra, o cargaba con cualquier tipo de paquete.

Remedios, que siempre iba con su chandal por la calle, era la esposa de un digno empresario, ambos apenas pasaban los cuarenta y lo cierto es que su marido aparecía frecuentemente por la Notaría, pues siempre había que arreglar alguna tema de la sociedad, comprar algún bien, consultar algo; y en la mayoría de los casos para firmar una operación con el banco.

José era un hombre trabajador, y muchas veces me comentaba lo sacrificado que es eso de ser empresario, pues no tienes horario, y fue el primero que me dijo una frase que luego he oído en diversas ocasiones «Don Francisco, no vea Ud la cantidad de gambas que hay que comer para llevar un plato de lentejas a casa«.

Obviamente cada vez que tenía que firmar una póliza de crédito o cualquier operación bancaria, José acudía acompañado de Remedios, que normalmente se mantenía en un segundo plano.

Había algo que me chocaba, pues esa Remedios que cada día llevaba por la calle un chandal distinto, aparecía en Notaría perfectamente vestida y maquillada; es más algún que otro disgusto se había producido en el despacho, porque ella llegaba un poco tarde a veces, y José tenía que esperar para firmar la póliza, y había quedado con alguien.

Un día de esos en los que José tenía una reunión verdaderamente importante (me la estaba comentando) entra algo tarde Remedios, perfectamente vestida y maquillada, y viendo la cara de José, fui yo el que se anticipó y les comenté.

«¿Por qué no le das un poder a tu marido y te ahorras tener que venir cada vez que hay que firmar una póliza?«.

Era perfectamente consciente de que estaba ante un matrimonio bien avenido, sin más problemas que los que supone tirar de una familia para adelante, y que tenía dos personas cabales, pues a base de firmar escrituras, y de esperas para que llegara uno u otro, había logrado una cierta confianza y conocía alguna que otra intimidad del matrimonio.

En ese momento Remedios sonriendo nos largó un ….»¡Mira que sois tontos los hombres!, ¿pero todavía no os habéis dado cuenta de por qué me retraso?«.

José y Yo nos miramos, en una de esas miradas cómplices que a veces nos hacemos los hombres, cuando intentamos demostrarnos a nosotros mismos que somos los amos del calabozo, aunque somos conscientes de que estamos a punto de quedar fuera de juego.

«Don Francisco, raro es el día que Ud no me ve en chandal camino de cualquier «mandao»  ¿no se ha dado cuenta que jamás vengo en chandal a la Notaría?«.

Tuve que confesarle que si, de hecho le confesé «Remedios, si me he dado cuenta; y me parece que es un sencillo pero muy importante gesto de respeto, no hacia mi, pero si hacia mi profesión. Sin embargo sabes que tu marido anda muy liado, y no me importa lo más mínimo como vengas vestida al despacho».

«¡Mira que sois tontos los tíos!.

Yo no quiero hacer un poder a favor de mi marido, por el mismo motivo por el que me visto y me arreglo para venir a la Notaría.

«Siento decirle que no me arreglo por respeto ni a Ud, ni a su profesión (aunque los respete y los aprecio) me arreglo por respeto y cariño a mi marido. José no para de trabajar, nos vemos poco, y cuando nos vemos tenemos que bregar con los niños; la Notaría es una de las pocas excusas que tenemos para estar los dos más o menos solos y no voy a permitirme el lujo de dejar de estar con mi marido, ni de que él me vea guapa».

Es la única vez que me ha pasado en el despacho (sólo años después cuando he celebrado matrimonios, lo he vuelto a ver) José se giró fulminantemente y le estampó un beso en la boca.

Confieso que me faltó valor, sin embargo no me faltaron ganas de aplaudir.

Poco después dejé ese destino; sin embargo un día tuve que volver por el pueblo y me topé a José y Remedios paseando por la calle, ella llevaba un chandal, pero tras el chandal se veía una ostentosa barriga, me paré a saludarlos, y al felicitarles por la buena noticia, José me comentó «¿se acuerda del día que le di un beso en la boca a mi mujer?, pues o mucho nos equivocamos o alguna culpa tiene la Notaría en lo que está viendo Ud, porque tras el beso decidí aplazar la reunión, soltamos los niños con los abuelos, y nos fuimos un fin de semana juntos, porque ese día me di cuenta que hacía mucho que no estábamos los dos solos, que nos queremos, y que hay cosas más importantes que el trabajo, pero también me di cuenta de la poca importancia que tiene ir a una Notaría«.

 

https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0/legalcode

Foto cortesía de Eduardo Gaviña