Un viernes me llamó un amigo letrado de Alcalá de Guadaíra; había que preparar y firmar una escritura ese mismo Viernes a las ocho de la noche. Se trataba de la típica herencia en la que tenían que firmar muchas personas, y era imposible ponerlas de acuerdo a otra hora; huelga decir que soy consciente que en ocasiones el trabajo y la distancia hacen difícil unir a una familia, por lo que, pese a que para ello tuviera que alejarme de la mía, accedí con la condición de que luego me invitara a una copa (huelga decir que trabajo todos los días mañana y tarde, salvo los viernes, y que normalmente los viernes a medio día estoy algo más que agotado).

Acabada la firma, un poco tarde, fuimos al bar que hay frente a mi despacho y nos pusimos a tomarnos esa copa, con todo el placer que tiene el saber que has cumplido con tu deber, has ayudado a alguien, y además empieza el fin de semana.

El ambiente era relajado, y hablamos de lo divino y de lo humano, pero comentando cómo estamos los Notarios actualmente, me preguntó a bocajarro: «¿Te gustaría que tu hijo fuera Notario como tu?».

Nada más mirarme a los ojos tuvo que rectificar la respuesta, pues Alejandro sabe que soy hijo de Notario, y tengo el mismo nombre que mi padre (al que admiro), así como que mi hijo (al que adoro) y que ambos tienen mi nombre, por lo que nada me haría más ilusión que: verme arropado profesionalmente, entre dos de las personas a las que quiero con un cariño que no sale del corazón, sino del alma.

«Paco me refiero a si ser Notario compensa hoy en día…con la que está cayendo«.

Alejandro me conoce, sabe perfectamente lo duro de mi situación económica, y al igual que otros letrados de Alcalá de Guadaíra se indigna mucho cuando le cuento ciertos inconvenientes que tengo que sufrir por ejercer mi oficio, y alguna que otra demanda y sentencia que he tenido que padecer dolorosamente, y en las que la única argumentación era mi profesión.

«¿Hablamos de economía o de la profesión compi?» … le pregunté.

Con mucho cariño me aclaró que lo que quería saber es si el esfuerzo de las oposiciones compensa las ganancias de un Notario, y las innegables servidumbres de este oficio, así que le daba igual si le hablaba de dinero o del sexo de los ángeles, es más que me invitaba gustoso a otra copa con tal de saber mi opinión y de prolongar lo que para ambos era una reunión agradable (aunque tuve que aclararle que la segunda copa tenía que ser rápida, pues a ver como le explicaba a mi mujer que llegaba de trabajar un viernes por la noche, y llegaba a casa oliendo a gin tonic).

La respuesta es si.

Una y mil veces pasaría el calvario de los ocho años y medio de oposiciones que pasé, los tres cates, ver mis amigos y compañeros ganar dinero, mientras yo encerrado en una habitación, sólo tenía como aspiración que llegaran las nueve de la noche para dar un paseo con una novia con la que la mayoría de los días sólo tenía dinero para dar un paseo por la calle comiendo pipas.

No dudé la respuesta, me salió del hígado, ni siquiera sabría como argumentarlo, por lo que empecé explicándolo.

«Alejandro … ¿quieres a tu hijo? ¿te compensa tu hijo? ¿qué es lo mejor para tu hijo?» … «sólo te puedo decir que yo volvería a ser Notario porque amo este oficio«.

No he sido nunca alguien pausado y reflexivo; suelo actuar más por impulso e instinto, y funciono más en base a mis emociones, que en base a decisiones frías y calculadas, por eso rápidamente me acordé de una canción que cantaba Miguel Ríos y que en gran medida sintetiza como he vivido mis oposiciones y mi vida profesional.

Confieso que empecé las oposiciones a Notarías más por una mezcla de temor reverencial, respeto a mi padre y falta de otra vocación jurídica, que por otros motivos.

Reconozco que, con lo que entonces sabía sobre los notarios, y de haber sabido lo que me esperaba en las oposiciones, lo sensato hubiera sido no ser Notario en mi vida; sin embargo fue mi padre el que ladinamente, cuando aún no tenía nada claro, me convenció de que eran unas oposiciones sencillas, y que en el fondo era estudiar «un par de añitos más que para otra oposición», pero que a cambio jamás tendría un jefe incordiándome.

En el fondo, hablar de: por qué fui notario, el cómo lo conseguí, creo que es irrelevante, pues lo cierto es que ejerciendo este bendito oficio, he aprendido a amarlo y valorarlo, hasta tal punto que me alegro infinitamente de la opción elegida.

«¿Pues vaya pasta que tiene que estar ganando este tío?» … pensaréis vosotros 

No os voy a negar que en dieciocho años de ejercicio profesional, ha habido económicamente luces y sombras, aunque tengo que confesaros que me produce mucho pudor: tanto comentaros las estrecheces de los comienzos, como el boom inmobiliario, y especialmente lo más que delicado de mi situación económica actual.

Sin embargo, si afirmo que el dinero no es el motivo por el que recomendaría ser Notario.

Debo de ser el más idiota del barrio, porque jamás he ganado un duro que no haya sido fruto del esfuerzo, mío y de mis trabajadores; recuerdo la cara que me pusieron en un concesionario de coches cuando descubrieron que hacía setenta mil kilómetros anuales (eso son más de 190 kilómetros diarios, y huelga decir que no conducía los fines de semana); recuerdo haber salido un día 24 de Diciembre a las siete de la tarde del despacho, porque había una operación que no podía aplazarse; empleados míos pueden dar testimonio de las escrituras que me he llevado a casa, sea para revisarlas, sea para hacerlas, sólo con el objetivo de que alguien firmara pronto, o que no tuviera que esperar mucho en el despacho.

En el fondo, es dinero, va y viene; desconozco cual será el futuro, pero no me importa.

Tampoco voy a decir que trabajo más o menos que otras personas, pues los Notarios pertenecemos a una categoría especial de ciudadanos que son los autónomos, y cualquiera que sea autónomo entenderá mis palabras.

Si digo que he tenido el privilegio de conocer los habitantes de siete localidades, de que cientos de personas me confiaran sus problemas, y de poder ayudarles a resolver esos problemas (muchas veces sólo escuchando).

En este blog, he contado algunas de las anécdotas que he vivido, y que para mi son auténticas lecciones de vida; sin embargo, sólo os he contado parte de un día a día, y por más que os hayan parecido increíbles, lo que os he intentado es aportar mis vivencias y mis sentimientos, pero nadie vive ni siente por otro, son míos, van en mi corazón, y me siento privilegiado por ello.

Sobre todo me gusta ser Notario, por la independencia que tengo; y por el valor añadido que doy a la sociedad, aunque pocos ciudadanos sepan verdaderamente cual es mi trabajo.

La independencia del Notario

El Notario no tiene más jefe que la ley, y las necesidades del ciudadano que entra por la puerta de su despacho.

Creed que son dos jefes muy exigentes, sin embargo, el poder organizarme yo mismo y no depender de las órdenes de un superior que desconoce cómo funciona la empresa; así como ser yo el que decide que recursos materiales son necesarios para organizarme, es algo que me gusta mucho.

El ciudadano es el primero que valora esa independencia, pues hay libertad de acudir al Notario que uno quiere, por lo que si no doy un buen servicio es el propio ciudadano el que dejará de acudir a mi despacho, e irá a cualquiera de las otras dos notarías de Alcalá de Guadaíra (o de las más de 40 que hay en Sevilla -que físicamente linda con mi pueblo-).

Es duro ver que alguien no entra en tu despacho, pero el placer de ver que alguien repite, el ver entrar a alguien con una sonrisa, es algo difícilmente explicable, pues no hay palabras para explicar que se siente cuando alguien te demuestra gratitud, confianza y cariño.

El Notario, tiene ante todo la obligación legal de prestar su servicio, y no sirve de excusa el que ha terminado la jornada laboral (pues es él quien fija el horario) o que se le ha roto alguna máquina; sin embargo una cosa es la obligación de prestar servicio y otra atender caprichos de ciudadanos.

Buscar el equilibrio es un reto, pero sobre todo, el placer de ver las cosas funcionando es inmenso, y saber que has ayudado a alguien es una satisfacción; es complicado de explicar, pero imaginaros: que se siente y que se piensa en una moto en pleno invierno, pasando frío, después de haber ido al hospital que está a quince kilómetros de vuestro despacho, o de una cárcel que está a diez kilómetros, tras haber ido a autorizar un testamento o un poder, por el que sabéis que como mucho vais a ganar setenta euros -y la mayoría de las veces menos de cuarenta-).

Cabrían muchos ejemplos y anécdotas que he vivido, sin embargo quedaros con que el poder decir no, o el placer de ver las cosas bien hechas, y la satisfacción que produce el cumplimiento de tus obligaciones, es algo que no está al alcance de muchos trabajadores, y de muchos funcionarios.

Obviamente muchos trabajadores y muchos ciudadanos hacen lo mismo que yo, aunque de otra manera; sin embargo  tengo que confesar que percibo una gratitud del ciudadano hacia mi oficio.

Se que es un oficio respetado y valorado (lo cual es por otra parte una responsabilidad) pero sobre todo, muchos son los ciudadanos que con palabras sencillas de gratitud, me han animado sin saberlo en momentos muy duros (que también los he tenido).

El valor añadido del Notario

Es lo menos valorado por los ciudadanos, y sin embargo lo que más me gusta de mi oficio.

Se que pocos son los que vienen a mi despacho pensando que soy un mero trámite, y que muchos creen que en la notaría se va a «firmar un papel», sin embargo muchas cosas muy importantes se producen en mi despacho y el ser consciente de ello me llena de satisfacción.

Os pongo un ejemplo:

  1. Cuando compras, y salvo que otra cosa hayas hecho antes (cosa poco frecuente) eres dueño desde que firmas no antes.
  2. Cuando mando mis índices se que estoy colaborando con la hacienda pública, y aunque no me gustan los impuestos (como todo el mundo) se que sólo gracias a los impuestos puede funcionar un país (el quien gobierna un país, y cómo lo hace, es obviamente cosa que deciden los ciudadanos al votar).
  3. Cuando comunico algo al Registro, se que estoy protegiendo a una persona de embargos y dobles ventas.
  4. Cuando pido información registral, se que puedo descubrir cargas desconocidas por las partes
  5. Cuando pido un certificado de deudas con la comunidad al venderse un piso, se que protejo al comprador de gastos de los que respondería la finca, y por tanto él.
  6. Cuando autorizo un testamento, se que estoy arreglando muchos problemas familiares.
  7. Cuando firmo un poder, se que estoy permitiendo que alguien resuelva un problema que por los más variados motivos no puede resolver por si solo.
  8. Cuando firmo una póliza, se que gracia a que el Banco al tener un título ejecutivo, se anima a dar un dinero que necesita el ciudadano, y que gracias a eso: el dinero circula, funciona la economía.
  9. Cuando compruebo los medios de pago y comunico dichos medios de pago a hacienda, se que colaboro en la lucha contra el blanqueo de capitales y financiación del terrorismo.
  10. Cuando constituyo una sociedad, se que estoy colaborando en la formación de un tejido empresarial que es esencial para el funcionamiento de la economía.
  11. Cuando autorizo una declaración de obra nueva o una segregación, se que pido documentación que es muy necesaria para que haya una buena ordenación del territorio y que colaboro para que todos tengan una vivienda digna (pues no sólo es importante la vivienda, sino que esta sea legal).
  12. Cuando firmo un préstamo hipotecario, se que alguien tiene la ilusión de comprar una vivienda, y que gracias a la escritura puede hacerlo, pues el banco se anima con mayores garantías a dar más dinero.

 

No os engaño; también veo los errores de la ley, también veo que podría hacer muchas más cosas (especialmente doloroso me es el comprobar que la ley no me da más atribuciones y se aprovecha del Notariado en la defensa de los consumidores), pero os he dicho que mi jefe es la ley, y no puedo inventarla, aunque cada vez que consigues encontrar una brecha legal para resolver un problema de un ciudadano, sientes una satisfacción especial.

Conclusión

Lo que haga mi hijo no lo se (por ahora quiere ser surfero); pero huelga decir que tengo hijo e hijas, y que la mayor, me ha comentado ya que ella lo que quiere se es Juez.

No puedo negar que me ha dado una pequeña contrariedad, pero rápidamente he pensado «a mi hija le gusta el derecho, le gusta ayudar a las personas, y quiere ser útil a la sociedad«, me he sentido muy feliz, pues si consigo transmitir a uno sólo de mis hijos la pasión por el derecho, habré triunfado como Notario (por más que el trabajo de un Notario es evitar que los jueces tengan trabajo, y por eso vemos a los jueces, no como un enemigo, sino como la prueba de nuestro fracaso).

Supongo que el haber tenido una adolescencia en los años ochenta provoca que uno piense cosas raras, pero ahora que mis hijos empiezan la adolescencia, y por si algún día leyeran este post (huelga decir que mis hijos no son precisamente seguidores de mi blog), le dedico esta canción, con la que les animo a que sean lo que quieran ser, especialmente felices, pero con la que le deseo de corazón que: sean lo que sean, tenga el privilegio de encontrar su vocación y sienta por su oficio la misma pasión que su padre siente por el suyo.