Comparto conn vosotros un rifirrafe que tuve una vez en un Juzgado con un individuo (la palabra señor en ocasiones es imposible de usarse) y en el que «jartito» de tanta estupidez, tanto teatro, y tanto desprecio, tuve que poner en su sitio a quién se creía el ombligo del mundo, siendo como era un jurista mediocre y fullero, al que hace muchísimo tiempo se le perdió la pasión por el derecho y le entró la pasión por el dinero.

El señor en cuestión, y cuyo apellido es de rancio abolengo jurídico, aprobó en su día dignamente las oposiciones a fiscal; pero vio que eso de estar bajo nómina y defender el interés de la ley no le era muy rentable, por lo que se pidió su excedencia, fichó por uno de esos despachos «superpijos» de Sevilla, cuyas minutas son inversamente proporcionales al sueldo que le pagan a los jóvenes que acaban de terminar derecho con notas brillantes y que bajo la excusa de una formación jurídica son explotados hasta la extenuación.

Pero ese señor era alguien, entró como socio en el despacho, y arrastraba el prestigio que suponía pertenecer a uno de los cuerpos jurídicos que tienen más prestigio y respeto en la sociedad.

Eso si, había visto cómo penalizando asuntos civiles, se ganaba una pasta gansa, y más si usaba ciertas artimañas; pues los años de ejercicio profesional le habían facilitado muy buenos contactos en la prensa y en la policía, los cuales usaba inmisericordemente para angustiar y extorsionar a sus demandados.

Ello combinado con que no se dedicaba precisamente a defender asuntos de las tres mil viviendas, era una combinación explosiva; pues conocido es que en la provinciana ciudad de Sevilla, mucho más castigo puede ser un escándalo que una demanda judicial.

El individuo, lleva a sus espaldas varios expedientes por saltarse a la torera las más elementales normas procesales y formales, así como por su actitud ante los tribunales.

En todo caso, y por defender el honor de un sinverguenza que: engañando al mismo tiempo a su empresa y sus admiradores, financiaba sus adicciones, decidió llamarme a un juicio.

En realidad pretendía buscar el escándalo, y meterme el miedo en el cuerpo de la pena de banquillo que supone ser imputado en un proceso penal; sin embargo, no me salía de mis narices ceder al chantaje del individuo en cuestión y confié en el buen criterio de su señoría, que obviamente consideró que si algo era yo, es perjudicado por la sinvergonzonería de su cliente.

Llamado a testificar, empieza el show.

Desde mi lugar de trabajo, a más de cien kilómetros de distancia, acudía  declarar delante de Su Señoría un tórrido mes de Junio Sevillano.

Coincidió mi declaración con la detención de un gitanillo que le había cogido el gusto al móvil de un niño bien; y hete aquí que en el pasillo del juzgado, nos topamos el Notario, el niño bien (completamente mimetizado con la silla) y la familia al pleno del gitanillo, que a grito pelao, tenía montado un espectáculo peculiar, muy divertido (salvo para el niño bien).

Todo era un ir y venir del gitanillo esposado; sin embargo en una de estas sale Su Señoría del despacho y se me acerca para decirme «mira, se que vienes de lejos, y aunque no coma hoy, no te preocupes que sea la hora a la que sea te tomo declaración y evitamos que tengas que volver«.

Supongo que fue una deferencia de Su Señoría hacía la profesión que ejerzo, pues de nada conocía a la señora, pero sinceramente lo agradecí mucho y así se lo hice saber.

Siendo las tres y media de la tarde, entro en el despacho de la Juez, y allí que me veo con Su Señoría, el Secretario Judicial, el Fiscal y el Letrado en cuestión (el cual hasta entonces, móvil en mano había estado pegando voces por todo el juzgado, con el mismo papanatismo con el que algunos se comportan en el AVE, salvo en una ocasión en la que se acercó a mi, para decirme que si le pagaba sus honorarios todo acababa -huelga decir que ni me digné en mirarlo-).

Es cuando ese ex fiscal, con más apellido que vocación jurídica empieza su show.

Su señoría me hizo una serie de preguntas, y absolutamente a todas ellas él respondía con una broma de mal gusto, y mucho aire de suficiencia; sin embargo no estaba dispuesto a dejarle pasar la chulería, y a cada bromita, le respondía yo con un «mire Ud sr fiscal«.

Es curioso pues en ningún momento el Fiscal allí presente manifestó molestia alguna porque tratara como fiscal a quien había sido su compañero; absolutamente nadie le reía las gracias al Sr, y de hecho de vez en cuando la Juez corroboraba lo que yo afirmaba.

Terminada mi declaración, la Juez, me indica.

«Mire Ud, ahora le va a leer el Sr Secretario su declaración para que la firme si está de acuerdo».

En ese momento, no pude evitarlo y dije.

«Señoría, son las cuatro y media de la tarde; supongo que todos tenemos hambre, y su generosidad atendiéndome a estas horas la agradezco extraordinariamente».

«No lo tome a mal, pero en este despacho estamos juristas, y el Sr Secretario es el Notario del Juzgado; me parece una grosería por mi parte dudar de su trabajo, así que si Ud lo ve bien, estoy convencido de que no sólo ha tomado mi declaración, sino que ha reflejado fidedignamente su sentido e intención, así que si todos están de acuerdo, puede imprimirlo que yo firmo, pues me parece fuera de lugar, y una grosería rectificar el trabajo de mi compañero».

El Sr ex fiscal, no iba a dejar pasar la oportunidad de hacer su chascarrillo, por lo que dijo «Pues no tenemos que aguantar nosotros los rollos que largáis los Notarios«.

La paciencia, acababa de colmar el vaso, así que me quité las gafas, apoyé los puños en la silla, me giré fulminantemente y le largué (un par de decibelios más alto de lo normal).

«¿Leer rollos?…¡Mire Ud Sr fiscal!»…

«Por si no lo sabe yo no leo rollo alguno, sino escrituras públicas y documentos públicos en general»…

«Pero sobre todo, y por si Ud no se ha enterado, en mi puñetera vida he leído absolutamente nada, pues aunque no se lo crea el Notario no es un rito ni un trámite; siempre explico mis escrituras, para que las partes presten un consentimiento informado, pues como debería Ud saber el consentimiento es un elemento esencial del negocio jurídico, y nulo es el negocio si hay vicios de consentimiento».

Su señoría, harta del espectáculo del energúmeno en cuestión en ese momento largó.

«Es verdad, los Notarios no sólo leen, sino que explican las escrituras, pero si Ud insiste en la lectura y no tiene hambre, por mi parte no tengo inconveniente en aguantar otra impertinencia más«.

Me giré, guiñé el ojo a Su Señoría, y le dije «disculpe Señoría, por mi parte tampoco«.

 

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Foto cortesía de Vicente Villamón