La historia de los lobos y de los corderos es una de esas historias que nos cuentan a los Notarios de pueblo gente sencilla, que te deja pensando durante mucho tiempo, y que me sirvió para entender qué es y cómo hay que valorar el interés del préstamo.

Un día, hace ya tiempo, un cliente en mi despacho me intentaba explicar la situación que vivimos actualmente, y con esa sabiduría que tiene la gente sencilla de pueblo, y que lamentablemente se está perdiendo me comentaba:

Mire Ud sr Notario (porque eso si, la gente de pueblo es educada) mi padre decía «en esta vida se puede ser lobo o cordero, pero el mérito está en elegir ser cordero y no permitir que te coman los lobos«.

Es de esas frases que se te quedan grabadas; pero la gente de pueblo observa, mira, analiza y piensa por lo que seguidamente el señor me comentó.

Sin embargo y en el fondo D Fco, la naturaleza es sabia y el hombre imbécil:

¿Cómo? le respondí sorprendido.

Mire Ud, los lobos son carnívoros, comen corderos porque es su instinto, pero como buenos depredadores, siempre escogen los más débiles, no suelen coger a las hembras ni a los machos sanos, porque les costará más trabajo comérselos, les alimentarán igual, y al final se quedarían sin corderos que comer.

Es cierto, le contesté ¿pero que me quiere decir Ud?

Pues mire, estamos gobernados por una manada de corderos. Los corderos son sedentarios, no son carnívoros, no saben nada, son animales tan tontos que si les das de comer, son capaces de seguir comiendo hasta reventar, porque no tienen ni medida ni consciencia; y en la sociedad actual tenemos una manada de incompetentes que sin saber nada, toman decisiones muy importantes que destruyen la manada.

No me preocupa que el banco me saque las perras, es su trabajo, yo se que intentará engañarme, y haré lo posible para evitarlo; lo que verdaderamente me angustia es los límites que ponen las leyes a los bancos, y que lo único que provoca es que me saquen las perras de otra forma distinta, pero sin que me entere.

¿Pero qué me quiere decir Ud? le pregunté sorprendido por la lección que estaba recibiendo.

Mire, Ud es joven, yo he conocido préstamos al 23%, y no acabo de comprender cómo: si compro bonos del estado me dan un 5%, o sea que el banco le puede prestar el dinero al estado a ese interés, pero a mi me están ofreciendo una hipoteca al 3% ¿le explico por qué a mi me prestan más barato que al estado siendo yo más insolvente?.

Explíquemelo por favor.

Pues es fácil, el dinero me lo prestan al tres por ciento, pero tengo que pagar una comisión de apertura del 1%, una de estudio del 0.5%, tengo que pagar a una tasadora propiedad del banco, me gestionan ellos las escrituras, de camino, me colocan un seguro del hogar, un seguro de vida, una tarjeta de crédito (de la que si uso el crédito me cobran más del 20%), me hacen un plan de pensiones, me abren una cuenta corriente con una comisión de mantenimiento que dicen que son treinta euros al trimestre (o sea veinte mil pesetas al año), y de camino aprovechan para hacerse mis amigos, y pedirme que ingrese un dinero en una imposición a plazo fijo, porque me van a regalar un chisme muy bonito que no necesito para nada.

Le soy sincero, prefiero que desde el principio me digan que voy a pagar el veintiuno por ciento, que ellos ganen lo que tienen que ganar, pero no que me monten el estropicio que supone el creer que voy a pagar una cantidad y ajustar mi economía a esa cantidad, para que me salten luego con unos gastos que no me esperaba y que no puedo pagar.

Avergonzado por la lección de economía que había recibido, decidí no seguir preguntando, porque en diez minutos de conversación ese sencillo habitante de un pueblo perdido de España, no sólo me había enseñado y hablado de cosas muy serias, sino que incluso había vaticinado cosas que posteriormente han sucedido y que lamentablemente le han dado la razón (eso si, el señor jamás compró nada que no fuera al contado).

No es la única vez que he recibido lecciones como esta en mi despacho, pues aún recuerdo la historia del potaje de garbanzos y el préstamo.